lunes, 19 de septiembre de 2011

La puerta.


Allí estaba, insólita, desmesurada. No podía dejar de mirarla, mis ojos lacrimosos evitaban el parpadeo. Su letrero fluorescente me llamaba con sus dos palabras. A once mil metros de altura.  Qué cerca estaba la luna.
Todo a mi alrededor estaba en silencio, un silencio bramante, y sus dos palabras, aquellas desgarradoras y misteriosas. ¿Qué ocurriría? ¿Qué pasaría?
Mi marido, después del trauma, del miedo, de todo, se había dormido como un bebé, profunda y serenamente. Aún se atisbaba la tensión en sus músculos faciales. Yacía agarrado a los brazos de aquel incomodo asiento de avión.
La sensualidad del misterio se apoderaba lentamente de mí. La incógnita, era un placer que esperaba saborear de forma desmesurada. Y es que decían mi nombre. Susurraban.
Cada vez, cada vez más. Decidí ir al baño. Ese cuarto de baño ridículo, incomodo y nauseabundo. El inodoro parece un agujero negro, un abismo hacia ninguna parte dónde van a parar los deshechos de la raza humana, aunque podría ir algo más que deshechos, pienso algunas veces. Y la quemazón constante, maloliente, las palabras se agrandan en mi mente. La sangre me hierve, el músculo del pecho me late al son imparable, desbocado, parece pronunciarlos. Pronunciar esos endemoniados vocablos. Se me corta la respiración.
-          ¡No abrir!- Dicen.
-          -No abrir. Maúllan.
-          No abrir- cantan.
-          -No abrir.- GRITAN.
Y en mi cerebro mascullando, se tararea la canción de la afirmación. Eres una mujer sin límites, sin prohibiciones, decirte no a ti es decir no a la libertad. ¿Cómo no abrir? Con quien te crees que estás hablando. Abrir y caer al mar, negro iluminado por una vela redonda. Abrir y zambullirme. Abrir y huir, y volar. Extender mis brazos cual alas de ángeles, surcar los aires como el hijo de Dédalo,  sentir mi final tan cercano, ser la dueña de mi destino y aferrarme a él sólo por un instante. Por un momento. Por un grano de arena cayendo en el abismo del tiempo. Después, después, morir, en el horizonte, en un estallido de sangre y fuego. Como el sol cuando atardece.
Y abrí la puerta.
No pasó nada. Ya habíamos aterrizado.
¡Feliz año nuevo!

1 comentario:

  1. Me gusta el inicio, como suenan las voces en la cabeza, pero....
    Caray, hay algo que se pierde, el hilo en algún momento se tensara tanto que se rompe, como si el tiempo no terminara de cuadrar o la 4 dimensión estuviese flotanto oblonga en el espacio.

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