lunes, 19 de septiembre de 2011

Espejismos.

Parece que hace frío aquí arriba. La brisa me corta cual filosos cuchillos adiamantados e invisibles. Tirito.
¿Qué es el alma? ¿Y si el alma existe? ¿Dónde se encuentra? ¿Dentro? ¿Nos mira desde el interior o desde fuera… ? ¿Cómo cabe aquí dentro? ¿Es un ser independiente? ¿Tiene vida? ¿Es simplemente energía que explosiona, o una enorme falsedad?
Siempre se habla de la dualidad del ser humano, la existencia de un ser superior, el Demiurgo que ordena y dirige. Sin embargo, yo nunca tuve el placer de conocerlo.
A mis pies se abre un abismo. El viento me susurra al oído algo que parece entender mi corazón. A mis pies,  un enorme vacío.
 Es una invención. Yo no tengo alma. ¿Quién me impide tirarme y volar? ¿Quién me impide hacerlo y ser libre? ¿Qué mano auxiliadora me tenderá un puente hacia la salvación, evitando que mi cuerpo estalle en el vacío? Apuesto que ninguna. Ya estoy cansado de esta vida inútil y conformista.
No tengo deberes morales con nadie. No tengo destino, no tengo metas, carezco de motivación, de ímpetu. Soy una masa sanguinolenta.
Quiero dejar de sufrir ¡ya!. Convertirme en la nada y que la nada me abstraiga hacia la eternidad, hacia el no ser.
Sin embargo, si el alma no existe, por qué tengo ese escozor, aquí en las entrañas, sobre el estómago, a veces se hace insoportable, es una carga infinita.
¿Pesará el alma?
Escucho el crepitar del sol hundiéndose poco a poco en el mar, se apaga agonizante. Salpica de sangre el horizonte, tiñe el mar con sus entrañas. Y ansío su destino, ¡cómo anhelo su suerte! 
Mi alma, si existe, se fue aquel día. Mejor dicho, aquella desdichada noche. Y ahora me encuentro sin ser, atemorizado en la nocturnidad, el miedo, a veces, no me deja respirar, apretado debajo de las sábanas. Encogido y desvelado. Quiero dormir. Dormir para siempre y dejar de sentir esta congoja que me desnuda.
Las olas destrozan las rocas.
Sus dedos sobre mi espalda, fue un sueño. Eran tan reales..., caminando sobre mí parecían penetrarme, aguijoneantes, desgarraban mi piel. ¿Seguro que fue en sueño? Aquellas palabras...
¿Qué hacía?. Arrodillado al lado de mi lecho. Sólo pude ver su sombrero, ese sombrero de ala grande y negro. Su voz bramante, enloquecedora, retumbaba en la habitación, como el rugir de estas olas en tempestad.
Allí permanecía, inamovible, impasible. Petrificado. Sus palabras retumbaban. Sentía esos cuchillos caminando por mi espalda. Hacía tanto frío como ahora. El miedo, el rugir de sus palabras, sus dedos, me estremecían. Y esas palabras, horror de vocablos, no era su significado, aunque sí pudiera ser, su terrible y desesperanzador significado, aparejado a un significante abstracto, multiforme.
Me achicharraban sus dedos, infinitos, que caminaban errantes por mi lomo desnudo. Quería gritar, pedir ayuda, suplicar que alguien entrara y me salvase de ese ser abominable. Sin rostro.
Su sombrero, apenas atisbado; si era un sueño, ¿por qué no podía despertar?  No escuchaba sonido alguno, sólo sus palabras. ¡Quiero despertar!, chillaba, pero mi garganta seguía aprisionada. Me dolía el pecho, aun más que ahora, aun más que en este momento... insoportable,  profundo y enloquecedor. Continuaban los dedos taladrándome hasta las entrañas.
¿Quién eres?, preguntaba. ¿Quién eres?, repetía incansable. La habitación, tenebrosa, parecía encogerse. Era negra, pero no tanto como aquel ser. ¿Sería ese mi alma, que había salido de mi cuerpo, o sería la muerte que me buscaba? Las paredes se precipitaban sobre mí. Ya no había aire. Y sus palabras seguían retumbando en mis adentros.
-¿Quién eres?- insistí. Sus manos sobre mí, sus dedos, sus palabras, ya era insoportable.
- ¡Te voy a matar!-  me decía a cada paso de sus dedos. Pero no tenían carne. Sentí el corazón y el índice, eran uñas, largas, casi infinitas, agujas.
- ¡Vas a morir!- insistía.
Ya es de noche, no ha salido ninguna estrella, el mar, estalla con ferocidad. Las nubes se agitan violáceas, llueve.   
El peso del mundo sobre mí, y la oscuridad, trémula oscuridad. Impenetrable. Espesa.
- Por favor, déjeme en paz- Supliqué.
- ¡Vas a morir!-  Me chilla.
- ¡Por favor, tenga piedad!- Casi gritaba.
Parecía no escucharme.
Sus palabras retumbaban en cada oquedad, en cada resquicio de mi piel.  Antes no había pensado en la muerte. Vivía sin fines, sin propósitos. No tenía miedo. Feliz e inconsciente. “Carpe diem”, era mi lema. Sería inmortal. Poderoso y soberbio. Altivo. ¡Cuánto daño hice a Susana! Ahora me doy cuenta de que la maldad me poseía. Eso era, la Maldad personificada, ella estaba arrodillada junto a mi cama.  
Su sombrero, ahora infinito. Ya no se escuchaba las palabras, ya habían perdido su significado, ya no me importaba vivir o morir, me rendí, por un momento, por un instante. Entendí que nada podía hacer ante ese ser sin forma, me iba a destruir y ya nada importaba.
¡Cuál sería el instrumento que utilizaría para matarme? En mi mente, aparecía una guadaña (parece cómico, cuando sentimos la muerte tan cerca, ¿Por qué aparece ese instrumento? ¿Nos van a cortar la cabeza? Siempre). Sufriría. No podría haber más sufrimiento que el que estaba sintiendo en ese momento.  Quizás me atravesaría con sus agujas infinitas y me clavaría en la cama. Quizás la oscuridad me penetraría por la boca y me partiría en dos. Quizás la parca cortara el hilo de vida. Ya no sentía miedo, ya no importaba, acepté mi suerte, morir...
Ahora, el viento ya no susurra. Me agrada que las gotas de agua resbalen por mi cuerpo.
Se rió, las carcajadas eran agudas, y eso me enfureció. La cólera se apoderaba de mí,  
No sabía que tenía tanta rabia alojada. Quizá ahora podría liberarme de esa mortaja invisible. Quizá ahora podría mover mi mano y quitarle el sombrero.
-Ya llegó tu final- decía.
Sentí que una fuerza desmesurada crecía en mi interior, una energía que me hacía hervir la sangre. Poco a poco, resurgí, ya no importaba que fuera un sueño, o realidad. Entre la verdad o la mentira sólo hay un leve precipicio llamado punto de vista. Tenía la certeza de que esa fuerza que surgía en mi interior me iba a librar de ese ser homicida.
- Te he preguntado quién eres- Ahora sí tenía voz. Tronadora. El ser parecía vibrar. Mi garganta, antes enmudecida, ahogada sin consuelo, estaba liberada.
-¡Vete de mi casa!-  Grité hasta sesgarla. Sus dedos, se habían detenido.
- Te voy a matar- repitió por última vez.
Aún no podía mover mi cuerpo, sin embargo, ya tenia libre mi mente. El miedo se había convertido en valentía. Pero algo parecía moverse dentro de mi ser. Algo inexplicable parecía separarse a cada paso.
De nuevo se rió la sombra, a carcajada limpia. Por fin conseguí liberarme, pude moverme, y el monstruo desapareció. Rápidamente me giré y me puse boca arriba,  pero no pude incorporarme. Y encima de mí, una luz, que destruyó aquella oscuridad. Sin embargo rápidamente se diluyó y la penumbra volvió. Ya pude levantarme. La boca me sabía a sangre. Pero ahora, en mis adentros, había un vació. Desde entonces busco la muerte.
Pero, quién era ese ser, ¿acaso mi alma?  Imposible, porque el alma no existe. ¿La muerte? Si el alma no existe tampoco puede ser la muerte. ¿El demonio? ¿ Una proyección de mi consciencia, o  tal vez mi subconsciente? ¿Y si todo fue un sueño...?
 Ahora escucho voces; quizás aquella noche fue el detonante de mi locura. Siento miradas tras de mí, pegadas a mi nuca. Me giro, pero no hay nadie. ¿Serán espíritus?
 Las preguntas sin respuesta siguen rondando mi mente. ¿qué era aquella luz? Tal vez mi alma, me la robó el sombrerero.
Cuando estoy sentado mirando el televisor veo una sombra, pero más que una sombra es un destello, allí, mirándome desde la esquina, fuera de la habitación. Ávidamente me incorporo y voy volando hacia ella. Pero desaparece. ¡Alma, dónde estás!
Ahora, siempre, siento miedo, veo mucha gente aun sin verrlos. Creo que tengo algúna extraña capacidad.
El otro día, el martes de la semana pasada, creo, no lo recuerdo exactamente, un niño que cruzaba despistado la carretera, fue atropellado por un coche; su madre lloraba desconsolada aferrada a su pequeño cuerpecito. Quise curarlo. Puse mis manos sobre su cabeza y, de súbito, despertó y sonrío. -Te he visto- Me dijo.
Todo eso es mentira. Quizás, sólo enloquecí. Pero temo encontrarme ese ser otra vez al lado de mi cama.
Tengo tanto miedo que prefiero morir, prefiero lanzarme y reventar en las rocas. Paladeo los últimos instantes que me quedan de vida. ¡Todo es mentira! Son imaginaciones de mi mente perturbada. No existió ese ser, no veo fantasmas, no escucho voces, no puedo curar a los infantes. Moriré y a nadie le importará. Destruiré mi cuerpo. En esta noche destronada, la lluvia y el agua salada borrarán cualquier recuerdo. Y por fin podré dormir.
Sin embargo, no puedo hacerlo. Siento esos ojos que me miran, allí, detrás de aquel arbusto. Junto a aquella montaña de arena. Ese atisbo de claridad.¿Será aquella mi alma? No lo sé voy a buscarla.

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