jueves, 29 de septiembre de 2011

Adiós violador, adiós.





La furia se apodera de mis sentidos, no sé si respira. Arrodillada al lado de su cadáver palidezco. ¿Será un cadáver? ¿Estará muerto? Lo remataré. La bala estalla en su cráneo y siento satisfacción.

Aun siento en mi cuerpo su gordas manos rozándome,  no alcanzo a describir esto que aborda mi corazón, furia, es furia ciega. Negra e incontrolable, descabella, cabalgo en el potro de la venganza que al fin llevé a cabo. Lo maté. Esas manos gordas y sudorosas adentrándose en mis entrañas, acariciando tenazmente mis muslos. Violador has muerto. Me abordó en la esquina,  quise defenderme. ¿Por qué seré mujer? ¿Por qué vivo encerrada en este inútil cuerpo? Corrí, corrí sin mirar atrás, el me perseguía jadeante.  ¿qué le hice yo? Ser bella, ser deseable. Acaso caminaba contorneándome para intentar seducirlo. Y como león, como fiera, me agarró y reventó mis entrañas.

Después solo sabía llorar. Llegué sangrando, destrozada. Mutilada. Abrasada por el horror del deseo de poseer. Pero sé quién es, lo encontré.

Ahora pienso que las palabras furia y fiera se parecen.

 Decidí esperar, esconderme. Convertirme en sombra, en silencio. Coseché lentamente este sentimiento, la venganza. Recuerdo cuando le quité la pistola al policía. Ya no importa, ya me arrancaron mi ser y sembraron en mí la semilla del hombre,  la violencia del hombre. Y seré hombre. Soy hombre.
Miré su cañón reluciente, suspiré hondamente. Tiene nombre de mujer, pistola, arma, es curioso los entresijos del leguaje.

Ahora, yaces aquí, inerte, muerto, un hilo de negra sangre, sangre sucia recorre los adoquines de la calle, y me alegro. Mereces la muerte.

Resígnate, me decían, pide ayuda me gritaban, denuncia, suplicaban. ¡no¡ Y que salga impune, absuelto.

Iré  a la cárcel, no importa. Uno menos, ya solo quedan no sé, ¿cuántos? ¿un millón? ¿Dos? Tengo el resto de mi vida por delante.
Adiós, violador, adiós.

sábado, 24 de septiembre de 2011

Panteras.

Obra de Matug Aborawi.


Su suave aroma, a canela y menta, impregnaba la estancia. La luz penetraba, tenue, por una pequeña rendija de la tupida, pesada cortina de terciopelo granate. Se vislumbraba su suave contorno azulado. Y sonidos de suspiros mezclabanse con el almizcle exhalado de su moldeado y argenta cuerpo.

En el umbral, medio escondida, admiraba con ojos cristalinos y olivas, como se estremecía entre sombras su masculino cuerpo, deseaba, anhelaba, ser su ser, sus entrañas, poseerlo. Era su belleza un poder oculto, su carácter de ser poseedor y nunca poseído. Quiso  renegar de su naturaleza divina de Helena, de madre tierra, y ser el inmortal y poderoso Urano.

De súbito, se abalanzó sobre él, cual tempestad, cual ola solitaria, y sin piedad, lo agarró por detrás, y le susurró en un hilo jadeante de voz.
-          Hoy te poseeré yo. -



jueves, 22 de septiembre de 2011

María.


Limpió sus lágrimas, cogió sus cosas y se marchó. La habitación  se quedó en silencio.
 Sentado en la mesa con  las manos a la cabeza me eché a llorar, sin lágrimas, mi alma chillaba de desesperación,  el corazón a grandes voces me decía sal tras ella. Pero mi orgullo no me permitía levantarme de aquella silla, y amordazado comencé a pensar. Y pensé, largo y tendido, Cronos devoraba a sus hijos despacio y sin lamentaciones.
Tantas veces me había dicho que se iba a ir, en cada discursión me decía, - No me importa tu dinero, por mucho que se empeñe tu familia, solo te quiero a ti- Y yo  cegado por la opinión, por prejuicios, no sé.  Me decía – Un día dejaré de quererte y me iré- No la creía. No pensaba, no sabía, es lo que se suele decir. La necedad me cegaba. Mi madre, mi padre, ¿Por qué me importaba tanto su opinión? Siempre le echaba en cara que vivía conmigo, que yo la alimentaba, que ella no hacía nada por mí, que era insignificante.
¡Maldito! Cierro los ojos, la veo, tan guapa y espléndida, aún siento sus besos. Y no la sentía, la creía culpable de mi fracaso. Sus ojos se me clavan. Ansío escuchar su voz. Ver ese cuerpo impresionante, sentir sus senos rozándome la espalda. Oler su perfume. ¿Qué voy a hacer sin ella?
 Ahora sólo me queda compadecerme y morir. ¿O no? Quiero luchar, buscarla, me da igual.
-¡María!- grito y nadie responde. María es su nombre. María te amo con toda mi alma. Me vestiré de amor y la encontraré aunque sea en el fin del mundo.  Pero cogeré mi chaqueta que hace frío. ¿Por dónde empiezo? Recuerdo que no tenía familia. Yo era lo único que tenía. Pero no era a mí sino a mí dinero, ya decía mi madre que todas las mujeres son iguales. Tendría que haberme buscado una de mi misma condición. No mejor, con más dinero. Y para qué la voy a buscar si me ha dejado ella a mí. Ella es una bicha, una lagarta sin remordimientos, con todo lo que he hecho por ella. Y qué si ya no me quiere, no me hace falta. Muchas mujeres estarían dispuestas a estar conmigo. Cuándo no ha conseguido sacarme nada se marcha, mira que lista e inteligente es. Y yo guardándole el aire, pudiendo tener un aren.
Mejor no voy a salir a buscarla. Para que. Ahora puedo elegir sin pensar en que le moleste.
Tengo un dolor en el pecho, algo estremecedor. ¿Estaré teniendo un ataque al corazón? Necesito gritar, quiero gritar. No sé lo que tengo. Voy a ir al médico. Llamaré a mi madre a ver que me ocurre. No me coge el teléfono, estará ocupada.
Me arden las entrañas, quiero morir. Y no sé por qué.
Llaman a la puerta, a lo mejor es María, voy corriendo, se ha arrepentido, ves como no es nadie sin mí. Nadie, sin dinero dónde va.
Un certificado.
Era una niña cuando la conocí. La verdad, yo también era un niño. Que son diecisiete años. Luego pasaron las cosas tan rápido. Tantas cosas le decían cuándo me la traje aquí. Y nunca tuve piedad, nunca me compadecí de ella, nunca la defendí; si se había venido por mi fortuna. Mi fortuna. Cada día se hacía más pequeña y más pequeña. Cada día hablaba menos y su carácter jovial iba desapareciendo.  Se marchitó. Pero valla las pasiones que levantaba. Seguro que tenía cuatro o cinco amantes. Quién sabe.
Bueno voy a salir a la calle a tomar un poco el aire y ver que se cuentan mis inferiores. 
¿Dónde voy solo?
No se me quita este dolor. Me quema. Me tumbaré en el suelo a ver si se me pasa.
Pasaron los días, nadie fue a casa del Señorito Miguel. Nadie sabía nada de su mujer, acostumbraba a salir a comprar con su hijo. Las tenderas la echaban de menos. ¿Qué habría sido de ella? Era una mujer extraordinaria.
Llamaron, no había respuesta. ¿Qué habría ocurrido? Un olor espantoso salía de allí. Decidieron llamar a la policía. Abrieron la puerta y allí estaba, tumbado en el suelo. Cubierto de moscas y gusanos. Muerto. Aún no se sabe la causa. La familia piensa que fue su malvada esposa. Pero en sus cuentas no faltaba nada.  Algunos dicen que murió de pena.

lunes, 19 de septiembre de 2011

Espejismos.

Parece que hace frío aquí arriba. La brisa me corta cual filosos cuchillos adiamantados e invisibles. Tirito.
¿Qué es el alma? ¿Y si el alma existe? ¿Dónde se encuentra? ¿Dentro? ¿Nos mira desde el interior o desde fuera… ? ¿Cómo cabe aquí dentro? ¿Es un ser independiente? ¿Tiene vida? ¿Es simplemente energía que explosiona, o una enorme falsedad?
Siempre se habla de la dualidad del ser humano, la existencia de un ser superior, el Demiurgo que ordena y dirige. Sin embargo, yo nunca tuve el placer de conocerlo.
A mis pies se abre un abismo. El viento me susurra al oído algo que parece entender mi corazón. A mis pies,  un enorme vacío.
 Es una invención. Yo no tengo alma. ¿Quién me impide tirarme y volar? ¿Quién me impide hacerlo y ser libre? ¿Qué mano auxiliadora me tenderá un puente hacia la salvación, evitando que mi cuerpo estalle en el vacío? Apuesto que ninguna. Ya estoy cansado de esta vida inútil y conformista.
No tengo deberes morales con nadie. No tengo destino, no tengo metas, carezco de motivación, de ímpetu. Soy una masa sanguinolenta.
Quiero dejar de sufrir ¡ya!. Convertirme en la nada y que la nada me abstraiga hacia la eternidad, hacia el no ser.
Sin embargo, si el alma no existe, por qué tengo ese escozor, aquí en las entrañas, sobre el estómago, a veces se hace insoportable, es una carga infinita.
¿Pesará el alma?
Escucho el crepitar del sol hundiéndose poco a poco en el mar, se apaga agonizante. Salpica de sangre el horizonte, tiñe el mar con sus entrañas. Y ansío su destino, ¡cómo anhelo su suerte! 
Mi alma, si existe, se fue aquel día. Mejor dicho, aquella desdichada noche. Y ahora me encuentro sin ser, atemorizado en la nocturnidad, el miedo, a veces, no me deja respirar, apretado debajo de las sábanas. Encogido y desvelado. Quiero dormir. Dormir para siempre y dejar de sentir esta congoja que me desnuda.
Las olas destrozan las rocas.
Sus dedos sobre mi espalda, fue un sueño. Eran tan reales..., caminando sobre mí parecían penetrarme, aguijoneantes, desgarraban mi piel. ¿Seguro que fue en sueño? Aquellas palabras...
¿Qué hacía?. Arrodillado al lado de mi lecho. Sólo pude ver su sombrero, ese sombrero de ala grande y negro. Su voz bramante, enloquecedora, retumbaba en la habitación, como el rugir de estas olas en tempestad.
Allí permanecía, inamovible, impasible. Petrificado. Sus palabras retumbaban. Sentía esos cuchillos caminando por mi espalda. Hacía tanto frío como ahora. El miedo, el rugir de sus palabras, sus dedos, me estremecían. Y esas palabras, horror de vocablos, no era su significado, aunque sí pudiera ser, su terrible y desesperanzador significado, aparejado a un significante abstracto, multiforme.
Me achicharraban sus dedos, infinitos, que caminaban errantes por mi lomo desnudo. Quería gritar, pedir ayuda, suplicar que alguien entrara y me salvase de ese ser abominable. Sin rostro.
Su sombrero, apenas atisbado; si era un sueño, ¿por qué no podía despertar?  No escuchaba sonido alguno, sólo sus palabras. ¡Quiero despertar!, chillaba, pero mi garganta seguía aprisionada. Me dolía el pecho, aun más que ahora, aun más que en este momento... insoportable,  profundo y enloquecedor. Continuaban los dedos taladrándome hasta las entrañas.
¿Quién eres?, preguntaba. ¿Quién eres?, repetía incansable. La habitación, tenebrosa, parecía encogerse. Era negra, pero no tanto como aquel ser. ¿Sería ese mi alma, que había salido de mi cuerpo, o sería la muerte que me buscaba? Las paredes se precipitaban sobre mí. Ya no había aire. Y sus palabras seguían retumbando en mis adentros.
-¿Quién eres?- insistí. Sus manos sobre mí, sus dedos, sus palabras, ya era insoportable.
- ¡Te voy a matar!-  me decía a cada paso de sus dedos. Pero no tenían carne. Sentí el corazón y el índice, eran uñas, largas, casi infinitas, agujas.
- ¡Vas a morir!- insistía.
Ya es de noche, no ha salido ninguna estrella, el mar, estalla con ferocidad. Las nubes se agitan violáceas, llueve.   
El peso del mundo sobre mí, y la oscuridad, trémula oscuridad. Impenetrable. Espesa.
- Por favor, déjeme en paz- Supliqué.
- ¡Vas a morir!-  Me chilla.
- ¡Por favor, tenga piedad!- Casi gritaba.
Parecía no escucharme.
Sus palabras retumbaban en cada oquedad, en cada resquicio de mi piel.  Antes no había pensado en la muerte. Vivía sin fines, sin propósitos. No tenía miedo. Feliz e inconsciente. “Carpe diem”, era mi lema. Sería inmortal. Poderoso y soberbio. Altivo. ¡Cuánto daño hice a Susana! Ahora me doy cuenta de que la maldad me poseía. Eso era, la Maldad personificada, ella estaba arrodillada junto a mi cama.  
Su sombrero, ahora infinito. Ya no se escuchaba las palabras, ya habían perdido su significado, ya no me importaba vivir o morir, me rendí, por un momento, por un instante. Entendí que nada podía hacer ante ese ser sin forma, me iba a destruir y ya nada importaba.
¡Cuál sería el instrumento que utilizaría para matarme? En mi mente, aparecía una guadaña (parece cómico, cuando sentimos la muerte tan cerca, ¿Por qué aparece ese instrumento? ¿Nos van a cortar la cabeza? Siempre). Sufriría. No podría haber más sufrimiento que el que estaba sintiendo en ese momento.  Quizás me atravesaría con sus agujas infinitas y me clavaría en la cama. Quizás la oscuridad me penetraría por la boca y me partiría en dos. Quizás la parca cortara el hilo de vida. Ya no sentía miedo, ya no importaba, acepté mi suerte, morir...
Ahora, el viento ya no susurra. Me agrada que las gotas de agua resbalen por mi cuerpo.
Se rió, las carcajadas eran agudas, y eso me enfureció. La cólera se apoderaba de mí,  
No sabía que tenía tanta rabia alojada. Quizá ahora podría liberarme de esa mortaja invisible. Quizá ahora podría mover mi mano y quitarle el sombrero.
-Ya llegó tu final- decía.
Sentí que una fuerza desmesurada crecía en mi interior, una energía que me hacía hervir la sangre. Poco a poco, resurgí, ya no importaba que fuera un sueño, o realidad. Entre la verdad o la mentira sólo hay un leve precipicio llamado punto de vista. Tenía la certeza de que esa fuerza que surgía en mi interior me iba a librar de ese ser homicida.
- Te he preguntado quién eres- Ahora sí tenía voz. Tronadora. El ser parecía vibrar. Mi garganta, antes enmudecida, ahogada sin consuelo, estaba liberada.
-¡Vete de mi casa!-  Grité hasta sesgarla. Sus dedos, se habían detenido.
- Te voy a matar- repitió por última vez.
Aún no podía mover mi cuerpo, sin embargo, ya tenia libre mi mente. El miedo se había convertido en valentía. Pero algo parecía moverse dentro de mi ser. Algo inexplicable parecía separarse a cada paso.
De nuevo se rió la sombra, a carcajada limpia. Por fin conseguí liberarme, pude moverme, y el monstruo desapareció. Rápidamente me giré y me puse boca arriba,  pero no pude incorporarme. Y encima de mí, una luz, que destruyó aquella oscuridad. Sin embargo rápidamente se diluyó y la penumbra volvió. Ya pude levantarme. La boca me sabía a sangre. Pero ahora, en mis adentros, había un vació. Desde entonces busco la muerte.
Pero, quién era ese ser, ¿acaso mi alma?  Imposible, porque el alma no existe. ¿La muerte? Si el alma no existe tampoco puede ser la muerte. ¿El demonio? ¿ Una proyección de mi consciencia, o  tal vez mi subconsciente? ¿Y si todo fue un sueño...?
 Ahora escucho voces; quizás aquella noche fue el detonante de mi locura. Siento miradas tras de mí, pegadas a mi nuca. Me giro, pero no hay nadie. ¿Serán espíritus?
 Las preguntas sin respuesta siguen rondando mi mente. ¿qué era aquella luz? Tal vez mi alma, me la robó el sombrerero.
Cuando estoy sentado mirando el televisor veo una sombra, pero más que una sombra es un destello, allí, mirándome desde la esquina, fuera de la habitación. Ávidamente me incorporo y voy volando hacia ella. Pero desaparece. ¡Alma, dónde estás!
Ahora, siempre, siento miedo, veo mucha gente aun sin verrlos. Creo que tengo algúna extraña capacidad.
El otro día, el martes de la semana pasada, creo, no lo recuerdo exactamente, un niño que cruzaba despistado la carretera, fue atropellado por un coche; su madre lloraba desconsolada aferrada a su pequeño cuerpecito. Quise curarlo. Puse mis manos sobre su cabeza y, de súbito, despertó y sonrío. -Te he visto- Me dijo.
Todo eso es mentira. Quizás, sólo enloquecí. Pero temo encontrarme ese ser otra vez al lado de mi cama.
Tengo tanto miedo que prefiero morir, prefiero lanzarme y reventar en las rocas. Paladeo los últimos instantes que me quedan de vida. ¡Todo es mentira! Son imaginaciones de mi mente perturbada. No existió ese ser, no veo fantasmas, no escucho voces, no puedo curar a los infantes. Moriré y a nadie le importará. Destruiré mi cuerpo. En esta noche destronada, la lluvia y el agua salada borrarán cualquier recuerdo. Y por fin podré dormir.
Sin embargo, no puedo hacerlo. Siento esos ojos que me miran, allí, detrás de aquel arbusto. Junto a aquella montaña de arena. Ese atisbo de claridad.¿Será aquella mi alma? No lo sé voy a buscarla.

La gotera.

El sonido constante y monótono era ensordecedor. Siempre a un ritmo, siempre igual, siempre inmutable. Aunque no lloviese, seguía su curso. El barreño donde moría cada insólita gota de agua, tenía el fondo sangriento, restos de ladrillo. Pero a él le parecía sangre de verdad. Cuántas divagaciones giraban alrededor de la gotera. A veces cogía un taburete de la cocina y se sentaba a ver como caía el agua. La luz se reflejaba en cada una y hacía brillar el lúgubre pasillo, una estela de estrellas giraban en las paredes del pasillo.
Pero aquella noche, cesó. Se detuvo el murmullo.
Se sobresaltó en la cama. En sus diez años de vida no había dejado de sonar. Un ávido escalofrío le caló los huesos. El corazón se iba acelerando paulatinamente. Y seguía inmóvil, paralizado. Nunca había apreciado el silencio. Nunca se había imaginado lo estremecedor y terrible que podía ser el silencio. Un vacío comenzó a llenarle el alma. Todo se quedó helado.
Las sombras nocturnas asemejaban las fauces de la muerte. De repente, un grito desgarrador abrió la noche en llamaradas. Le pudo el instinto de supervivencia y saltó de la cama. Corrió hasta el dormitorio de sus padres. Estaban dormidos.
¿Quién había gritado? Se preguntaba.
La oscuridad reinaba en la vieja casa. Un ruido, un golpe seco le hizo dar un salto, el espíritu le llegó al techo.
Corriendo se dirigió a la habitación de su hermana. La cama estaba vacía. Sintió un aliento en la nuca, se giró rápidamente y no había nadie.
Y entonces escuchó una voz conocida… – Tranquilo Félix, yo siempre estaré contigo.-
En el umbral de la habitación de su abuelo estaba su hermana. Ahora la gotera estaba en sus ojos y había encharcado el suelo.
Aquella noche silenciosa murió su querido abuelo.
La gotera se secó y Félix debió acostumbrarse al silencio. Justo antes de dormir, recordaba aquella voz que tanto le consolaba.

Mi alma.


Rescate de un alma. Matug Aborawi. 1mx70. Acrílico sobre tela.

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Azul inmisericorde, plenitud sonora al instante.
Estallidos de rojo olvido.
Las carcajadas del destino enloquecen mis sentidos.
Sonríes en tu barca de pesadumbres,
hacia un lugar incierto
movido por  funesta ambición.
¡Dejadme señor!, no me arrastres.
Quiero vivir etérea,
asida a la libertad del que nada pierde
porque nada tiene.
Esperando tú muerte, mi liberación.
Oh pescador, oh nómada,
aléjate de mi tumba llena de océanos y espumas.
Llena de lágrimas y sangre.
Aquí enroscada en sueños y madres.
Suéltame, ¿no entiendes?
¡Quiero vivir azul para siempre!

INSOMNE


Lánguidas sombras amarillentas, parecen dentelladas en la pared. Oscilan y se contonean cual serpientes venenosas. Me miran. Me observan. Cierro los ojos, las siento, me siguen e intuyen.
Abro los ojos, siguen ahí, inmutables, imperecederas. Quiero tocarlas, aferrarlas con mis manos y machacarlas, pero siempre escapan, siempre escapan.
La angustia me inunda. No puedo respirar. La quietud me invade. Sin embargo, ellas…
Siento frío y miedo. Alguien me susurra. Me está hablando. No puedo escucharlo. ¿será un espíritu? ¿existen? ¿Qué son los espíritus? ¿Yo soy uno? Se agudiza en un instante. Es cada vez más y más audible. Más y más agudo. Ahora es más fuerte, insoportable, estallan los oídos, ¡Quiero gritar! ¡Para! Mi voz se ahoga en un instante. Aunque no sé siquiera si he gritado.
Me siguen observando.
El corazón se acelera, cuanto me cuesta respirar. Se contonean, buscan mi mirada, voy a cerrar los ojos. Esquivas. Escucho de nuevo el susurro. Abro los ojos, ahí siguen, aun. Que puedo hacer. Cierro los ojos, el susurro, que ya no es un susurro es un grito, es un llanto, ¡llanto! Los latidos me ensordecen, me asfixio. ¿Será esto la muerte?
Voy a rezar.
Y ¿Por qué rezo? Si Dios no existe, y si existiera de que le serviría que yo rezase. Además porque permite que me ocurra esto a mí. No, es bueno y misericorde. ¡oh Señor nuestro Dios por qué nos has abandonado! Parece que me siento mejor. Mucho mejor.
Ya creo que puedo cerrar los ojos en paz. Sin embargo, me miran sibilinas. Lánguidas sombras amarillentas, observando, esperando a que me duerma.

Sueños.


Su estómago rugía de hambre, que podría comer, estaba en la auténtica ruina. Lo había perdido todo. La desesperación lo invadía, los sentimientos se aglutinaban en su pecho, el sentimiento de deshonra, humillación, derrota se hacían insoportables.
La gran y constante pregunta en su cabeza, ¿Qué había pasado? ¿Cómo había llegado hasta ese punto? Era inimaginable. No le quedaba nada. Tantos años trabajando, ahorrando cada céntimo, cada euro. Comiendo pasta un día sí y otro también, trabajando de noche y de día. Para su sueño, su maravilloso sueño. Y cuándo por fin lo había conseguido. De un golpe seco no le quedaba nada. Y si no salía bien, y si era una idiotez. Recordaba las palabras de su padre, -los sueños sueños son. Soñar es de perdedores. Búscate una mujer y ten una familia. Al final lo último que queda es la familia…- Se echaba las manos a la cabeza, hundiendo los dedos en su escasa cabellera. -Tenías razón, cuánta razón tenías.- Comenzaba a llorar, no sabía si era de hambre o de agotamiento. Se levantó de la silla, corrió por el pasillo, una y otra vez. Dio saltos. Pero las horas no pasaban y el hambre lo acechaba. Abría y cerraba la nevera, -¡vacía!- Gritaba con tanta furia que se desgarró  la garganta. Quedan 240 horas, 14400 minutos, 864000 segundos. No puedo aguantar más. Ese era el tiempo hasta la cita, la gran cita, la respuesta para su experimento. Si llegaba o no la financiación. Se había gastado todo en el prototipo. Aún se veía rebuscando las monedas, hasta debajo de los sillones.  389569,85 era lo que había costado.   No se lo podía creer. Qué locura había cometido.  No tenía nada, y más aún no tenía ningún amigo a quién pedir pasta. Se había quedado sin trabajo. Las palabras, ¡Los sueños sueños son! Otra vez, sueños son, retumbaban en su cabeza, era enloquecedor. Ahora hasta las paredes se lo chillaban sueños son. El suelo, sueños son.  Necesitaba salir de allí. Se iba a volver loco.
Se puso sus malolientes , sucias y rotas zapatillas. Salió a correr. Se cruzó con un hombre, – Sueños son- le dijo.  Corrió más rápido. Ahora el latir de su corazón se lo decía, y repetía. Insoportable. Frenético. Los pájaros, las ratas, se lo gritaban. La histeria le subía por los pies, corría más rápido. Comenzó a nublársele la vista. Y aparecían letras, letras, y no quiero decir lo que ponía. Decidió irse a su mugriento tugurio. Se tiró a la cama y cerró los ojos sucumbiendo a la derrota. -Me da igual- Fue lo último que pensó.
¿Qué hora era? ¿De qué día? El cansancio lo superó. Miró el reloj, las 9:15. Bueno aún quedaba mucho tiempo, demasiado tiempo. Decidió salir de nuevo a la calle. Era extraño, tenía una sensación de haber dormido toda la eternidad. Cogió un periódico de la papelera,- Gran cogida ayer en el encierro de los San Fermines…- No lo podía creer, era 7 de Julio, no 8 de Julio, el Gran día, Cuánto tiempo había dormido. Imposible. Volvió corriendo a su casa, si eso se puede llamar casa, Se puso, pero que se iba a poner si no tenía ropa limpia, -sucia da igual-.
-No tengo dinero para el bus, y está en el otro extremo.- Se le ocurrió una idea. Llamó a un taxi, -hasta finalizar la carrera no tengo que pagarla, peor que estoy no se puede  vivir en la cárcel.- Llegó junto al edificio y antes que parara el taxi saltó. El coche paró en seco, y el conductor comenzó a perseguirlo, se coló en la recepción y la recepcionista le dijo, no se permiten vagabundos, esta también salió detrás de él, subió en el ascensor, detrás de él se oían voces, como al ladrón, seguridad, ¡la policía!. No podía pensar, necesitaba llegara su destino, nadie lo podía frenar.  Décimo cuarto. Ese era su número, el número de la victoria o de la derrota, tras unas puertas de cristal estaba su ansiada sala de juntas. Salió del ascensor, pero seguían persiguiéndolo, ahora eran veinte o treinta. Se tropezó, chocó con una silla, dio con la barbilla en la mesa, y cayó bocarriba enfrente del presidente de la multinacional. Y este con cara de asombro, le ayudó a levantarse y dijo con voz bramante, – Le estábamos esperando, tenemos buenas noticias.-

El acantilado

Sentado en el borde del acantilado. Observaba el grito del sol al salir del agua. De repente, estalló en colores naranjas y el mar amanecía incendiado.

Un sentimiento de cólera le penetraba como aire en sus pulmones. Miraba sus manos impotente y las cerraba impetuosamente en un puño. Deseaba morir. Tirarse al vacío y reventar en el suelo. Convertirse en un amasijo de carne, rocas y sal .
-Eres un cobarde- se decía. -¡Un cobarde!- Gritaba hasta sesgar su garganta.
Cerró los ojos.
Caía estrepitosamente al abismo. Un dolor súbito aguijoneaba sus costados. El aire se convirtió en afilados cuchillos. Las rocas se acercaban rápidamente, las olas las golpeaban ferozmente, el agua casi le salpicaba. Pegó los brazos al cuerpo. Ya estaba apunto de colisionar, morir, liberarse, aquella vida desatenta y desgraciada, iba a ser libre. El dolor se agudizó, era insoportable, y estalló.
Justo antes de rozar en un aliento su final, comenzó a ascender. ¿Qué le había pasado? Estaba volando. Tenía alas. Unas preciosas alas llenas de plumas blancas. Inspiró profundamente y se llenó de felicidad, de calma.
Abrió los ojos. Seguía sentado en el borde  del precipicio.
Lloró. Las lágrimas le aliviaron.