Su estómago rugía de hambre, que podría comer, estaba en la auténtica ruina. Lo había perdido todo. La desesperación lo invadía, los sentimientos se aglutinaban en su pecho, el sentimiento de deshonra, humillación, derrota se hacían insoportables.
La gran y constante pregunta en su cabeza, ¿Qué había pasado? ¿Cómo había llegado hasta ese punto? Era inimaginable. No le quedaba nada. Tantos años trabajando, ahorrando cada céntimo, cada euro. Comiendo pasta un día sí y otro también, trabajando de noche y de día. Para su sueño, su maravilloso sueño. Y cuándo por fin lo había conseguido. De un golpe seco no le quedaba nada. Y si no salía bien, y si era una idiotez. Recordaba las palabras de su padre, -los sueños sueños son. Soñar es de perdedores. Búscate una mujer y ten una familia. Al final lo último que queda es la familia…- Se echaba las manos a la cabeza, hundiendo los dedos en su escasa cabellera. -Tenías razón, cuánta razón tenías.- Comenzaba a llorar, no sabía si era de hambre o de agotamiento. Se levantó de la silla, corrió por el pasillo, una y otra vez. Dio saltos. Pero las horas no pasaban y el hambre lo acechaba. Abría y cerraba la nevera, -¡vacía!- Gritaba con tanta furia que se desgarró la garganta. Quedan 240 horas, 14400 minutos, 864000 segundos. No puedo aguantar más. Ese era el tiempo hasta la cita, la gran cita, la respuesta para su experimento. Si llegaba o no la financiación. Se había gastado todo en el prototipo. Aún se veía rebuscando las monedas, hasta debajo de los sillones. 389569,85 era lo que había costado. No se lo podía creer. Qué locura había cometido. No tenía nada, y más aún no tenía ningún amigo a quién pedir pasta. Se había quedado sin trabajo. Las palabras, ¡Los sueños sueños son! Otra vez, sueños son, retumbaban en su cabeza, era enloquecedor. Ahora hasta las paredes se lo chillaban sueños son. El suelo, sueños son. Necesitaba salir de allí. Se iba a volver loco.
Se puso sus malolientes , sucias y rotas zapatillas. Salió a correr. Se cruzó con un hombre, – Sueños son- le dijo. Corrió más rápido. Ahora el latir de su corazón se lo decía, y repetía. Insoportable. Frenético. Los pájaros, las ratas, se lo gritaban. La histeria le subía por los pies, corría más rápido. Comenzó a nublársele la vista. Y aparecían letras, letras, y no quiero decir lo que ponía. Decidió irse a su mugriento tugurio. Se tiró a la cama y cerró los ojos sucumbiendo a la derrota. -Me da igual- Fue lo último que pensó.
¿Qué hora era? ¿De qué día? El cansancio lo superó. Miró el reloj, las 9:15. Bueno aún quedaba mucho tiempo, demasiado tiempo. Decidió salir de nuevo a la calle. Era extraño, tenía una sensación de haber dormido toda la eternidad. Cogió un periódico de la papelera,- Gran cogida ayer en el encierro de los San Fermines…- No lo podía creer, era 7 de Julio, no 8 de Julio, el Gran día, Cuánto tiempo había dormido. Imposible. Volvió corriendo a su casa, si eso se puede llamar casa, Se puso, pero que se iba a poner si no tenía ropa limpia, -sucia da igual-.
-No tengo dinero para el bus, y está en el otro extremo.- Se le ocurrió una idea. Llamó a un taxi, -hasta finalizar la carrera no tengo que pagarla, peor que estoy no se puede vivir en la cárcel.- Llegó junto al edificio y antes que parara el taxi saltó. El coche paró en seco, y el conductor comenzó a perseguirlo, se coló en la recepción y la recepcionista le dijo, no se permiten vagabundos, esta también salió detrás de él, subió en el ascensor, detrás de él se oían voces, como al ladrón, seguridad, ¡la policía!. No podía pensar, necesitaba llegara su destino, nadie lo podía frenar. Décimo cuarto. Ese era su número, el número de la victoria o de la derrota, tras unas puertas de cristal estaba su ansiada sala de juntas. Salió del ascensor, pero seguían persiguiéndolo, ahora eran veinte o treinta. Se tropezó, chocó con una silla, dio con la barbilla en la mesa, y cayó bocarriba enfrente del presidente de la multinacional. Y este con cara de asombro, le ayudó a levantarse y dijo con voz bramante, – Le estábamos esperando, tenemos buenas noticias.-
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