Lánguidas sombras amarillentas, parecen dentelladas en la pared. Oscilan y se contonean cual serpientes venenosas. Me miran. Me observan. Cierro los ojos, las siento, me siguen e intuyen.
Abro los ojos, siguen ahí, inmutables, imperecederas. Quiero tocarlas, aferrarlas con mis manos y machacarlas, pero siempre escapan, siempre escapan.
La angustia me inunda. No puedo respirar. La quietud me invade. Sin embargo, ellas…
Siento frío y miedo. Alguien me susurra. Me está hablando. No puedo escucharlo. ¿será un espíritu? ¿existen? ¿Qué son los espíritus? ¿Yo soy uno? Se agudiza en un instante. Es cada vez más y más audible. Más y más agudo. Ahora es más fuerte, insoportable, estallan los oídos, ¡Quiero gritar! ¡Para! Mi voz se ahoga en un instante. Aunque no sé siquiera si he gritado.
Me siguen observando.
El corazón se acelera, cuanto me cuesta respirar. Se contonean, buscan mi mirada, voy a cerrar los ojos. Esquivas. Escucho de nuevo el susurro. Abro los ojos, ahí siguen, aun. Que puedo hacer. Cierro los ojos, el susurro, que ya no es un susurro es un grito, es un llanto, ¡llanto! Los latidos me ensordecen, me asfixio. ¿Será esto la muerte?
Voy a rezar.
Y ¿Por qué rezo? Si Dios no existe, y si existiera de que le serviría que yo rezase. Además porque permite que me ocurra esto a mí. No, es bueno y misericorde. ¡oh Señor nuestro Dios por qué nos has abandonado! Parece que me siento mejor. Mucho mejor.
Ya creo que puedo cerrar los ojos en paz. Sin embargo, me miran sibilinas. Lánguidas sombras amarillentas, observando, esperando a que me duerma.
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