jueves, 22 de septiembre de 2011

María.


Limpió sus lágrimas, cogió sus cosas y se marchó. La habitación  se quedó en silencio.
 Sentado en la mesa con  las manos a la cabeza me eché a llorar, sin lágrimas, mi alma chillaba de desesperación,  el corazón a grandes voces me decía sal tras ella. Pero mi orgullo no me permitía levantarme de aquella silla, y amordazado comencé a pensar. Y pensé, largo y tendido, Cronos devoraba a sus hijos despacio y sin lamentaciones.
Tantas veces me había dicho que se iba a ir, en cada discursión me decía, - No me importa tu dinero, por mucho que se empeñe tu familia, solo te quiero a ti- Y yo  cegado por la opinión, por prejuicios, no sé.  Me decía – Un día dejaré de quererte y me iré- No la creía. No pensaba, no sabía, es lo que se suele decir. La necedad me cegaba. Mi madre, mi padre, ¿Por qué me importaba tanto su opinión? Siempre le echaba en cara que vivía conmigo, que yo la alimentaba, que ella no hacía nada por mí, que era insignificante.
¡Maldito! Cierro los ojos, la veo, tan guapa y espléndida, aún siento sus besos. Y no la sentía, la creía culpable de mi fracaso. Sus ojos se me clavan. Ansío escuchar su voz. Ver ese cuerpo impresionante, sentir sus senos rozándome la espalda. Oler su perfume. ¿Qué voy a hacer sin ella?
 Ahora sólo me queda compadecerme y morir. ¿O no? Quiero luchar, buscarla, me da igual.
-¡María!- grito y nadie responde. María es su nombre. María te amo con toda mi alma. Me vestiré de amor y la encontraré aunque sea en el fin del mundo.  Pero cogeré mi chaqueta que hace frío. ¿Por dónde empiezo? Recuerdo que no tenía familia. Yo era lo único que tenía. Pero no era a mí sino a mí dinero, ya decía mi madre que todas las mujeres son iguales. Tendría que haberme buscado una de mi misma condición. No mejor, con más dinero. Y para qué la voy a buscar si me ha dejado ella a mí. Ella es una bicha, una lagarta sin remordimientos, con todo lo que he hecho por ella. Y qué si ya no me quiere, no me hace falta. Muchas mujeres estarían dispuestas a estar conmigo. Cuándo no ha conseguido sacarme nada se marcha, mira que lista e inteligente es. Y yo guardándole el aire, pudiendo tener un aren.
Mejor no voy a salir a buscarla. Para que. Ahora puedo elegir sin pensar en que le moleste.
Tengo un dolor en el pecho, algo estremecedor. ¿Estaré teniendo un ataque al corazón? Necesito gritar, quiero gritar. No sé lo que tengo. Voy a ir al médico. Llamaré a mi madre a ver que me ocurre. No me coge el teléfono, estará ocupada.
Me arden las entrañas, quiero morir. Y no sé por qué.
Llaman a la puerta, a lo mejor es María, voy corriendo, se ha arrepentido, ves como no es nadie sin mí. Nadie, sin dinero dónde va.
Un certificado.
Era una niña cuando la conocí. La verdad, yo también era un niño. Que son diecisiete años. Luego pasaron las cosas tan rápido. Tantas cosas le decían cuándo me la traje aquí. Y nunca tuve piedad, nunca me compadecí de ella, nunca la defendí; si se había venido por mi fortuna. Mi fortuna. Cada día se hacía más pequeña y más pequeña. Cada día hablaba menos y su carácter jovial iba desapareciendo.  Se marchitó. Pero valla las pasiones que levantaba. Seguro que tenía cuatro o cinco amantes. Quién sabe.
Bueno voy a salir a la calle a tomar un poco el aire y ver que se cuentan mis inferiores. 
¿Dónde voy solo?
No se me quita este dolor. Me quema. Me tumbaré en el suelo a ver si se me pasa.
Pasaron los días, nadie fue a casa del Señorito Miguel. Nadie sabía nada de su mujer, acostumbraba a salir a comprar con su hijo. Las tenderas la echaban de menos. ¿Qué habría sido de ella? Era una mujer extraordinaria.
Llamaron, no había respuesta. ¿Qué habría ocurrido? Un olor espantoso salía de allí. Decidieron llamar a la policía. Abrieron la puerta y allí estaba, tumbado en el suelo. Cubierto de moscas y gusanos. Muerto. Aún no se sabe la causa. La familia piensa que fue su malvada esposa. Pero en sus cuentas no faltaba nada.  Algunos dicen que murió de pena.

3 comentarios:

  1. Cada día me gusta más tu escritura, amiga mía. Morir de pena es la más triste de las muertes ¿Verdad? ¿Cuantos ancianos mueren no de vejez, sino de pena...?

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  2. Murió con su dinero, que era lo que más amaba ¿no?

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  3. Como la vida misma, me has dejado sin palabras

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