Sentado en el borde del acantilado. Observaba el grito del sol al salir del agua. De repente, estalló en colores naranjas y el mar amanecía incendiado.
Un sentimiento de cólera le penetraba como aire en sus pulmones. Miraba sus manos impotente y las cerraba impetuosamente en un puño. Deseaba morir. Tirarse al vacío y reventar en el suelo. Convertirse en un amasijo de carne, rocas y sal .
-Eres un cobarde- se decía. -¡Un cobarde!- Gritaba hasta sesgar su garganta.
Cerró los ojos.
Caía estrepitosamente al abismo. Un dolor súbito aguijoneaba sus costados. El aire se convirtió en afilados cuchillos. Las rocas se acercaban rápidamente, las olas las golpeaban ferozmente, el agua casi le salpicaba. Pegó los brazos al cuerpo. Ya estaba apunto de colisionar, morir, liberarse, aquella vida desatenta y desgraciada, iba a ser libre. El dolor se agudizó, era insoportable, y estalló.
Justo antes de rozar en un aliento su final, comenzó a ascender. ¿Qué le había pasado? Estaba volando. Tenía alas. Unas preciosas alas llenas de plumas blancas. Inspiró profundamente y se llenó de felicidad, de calma.
Abrió los ojos. Seguía sentado en el borde del precipicio.
Lloró. Las lágrimas le aliviaron.
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