El sol, desangrado sobre las nubes, abatido lentamente por el horizonte inmisericorde, deja perder, trémulo, sus últimos destellos amenazantes contra la nocturnidad. Y llegó la noche.
Dedos infinitos que arden al tacto de la piel escurridiza y humeante. Bocas entreabiertas hambrientas de labios. Amasijo de piernas entrecruzadas en un abismo. Vivir, quisieran, entre sombras, hasta la eternidad, sin tiempo, sin mañana, al amparo de la oscuridad. Solo los dos. Sin embargo, un ojo celoso, los mira, ávido entre hojarascas, aparta las ramas y busca descalzo. Odio, color de su pupila. Y de pena, amarga y desgarradora, pena negra, mueren los astros en el horizonte.
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